domingo, 2 de diciembre de 2007

Menos de una hora en Chiclayo

Viajé a Chiclayo por día y medio. Pero de todo ese tiempo, sólo pude dar vueltas por la ciudad por alrededor de cincuenta minutos, en busca del clásico kinkon para llevar de regreso a casa. Y en ese tiempo me encontré con varias cosas que me interesaron. Para empezar, ¿saben ustedes qué es lo que está vendiendo esta señora?


En una distancia de tres cuadras y mientras iba en busca de los kinkones me encontré con dos señoras vendiendo bolsitas de esta fruta. No recuerdo su nombre, tres sílabas directas, quizás jamela o algo así, debí apuntarlo!! Bueno, el hecho es que son los mango más pequeños que he visto y por supuesto son muy ricos!

Finalmente llegué a la tienda de kinkones y me encontré que no sólo estaban los clásicos San Roque, sino que había otros más, los Lambayeque. Por supuesto tenía que preguntar sobre ellos, por qué los vendía, por qué eran más baratos y si eran de buena calidad. La vendedora primero me aclaró que la tienda no era una dependencia de la fábrica San Roque, como yo siempre había creído. Luego me explicó que quienes hacen el kinkon Lambayeque son trabajadores jubilados de la fábrica San Roque. Entonces, por supuesto, los compré, y resultaron muy buenos!

Luego me encontré en plena Plaza de Armas con una familia de comuneros de las alturas de Cusco. Estaba apurada por llegar al mercado modelo en el que me habían dicho que podía encontrar algo de artesanía de la región, así que no les tomé una buena foto, ni les hice la conversación de rigor para saber qué los había llevado por allá. Parecía que estaban vendiendo sus artesanías. Me pregunto cuantos artesanos viajan como ellos, vendiendo sus productos, conociendo nueva gente. ¿Qué vida llevarán? ¿Dónde se alojarán? ¿Les saldrá a cuenta hacer estos viajes? La próxima vez, me prometo hacer las preguntas del caso.

Siempre que viajo a un sitio me gusta ir a sus mercados, pues tengo la impresión que en esos lugares está parte de la esencia de la ciudad. Los puestos de mercado, la forma como se exhibe la mercadería, la actitud de los vendedores, el olor de la comida, los productos novedosos que encuentras en cada lugar, hasta te dan ganas de hacer el mercado a no sé cuantas horas de distancia de tu casa, y a veces de alguna manera lo he hecho. Lamentablemente no tenía el tiempo para dar vuelta que hubiera querido y en los dos o tres puestos de artesanía que encontré no pude hallar nada que me interesara. Pero con lo que me encontré, y perdonen lectores si esta vez no acompaño una foto, fue con unos increíbles puestos de venta de yerbas y recordé que estábamos en el norte del Perú, famoso lugar de yerberos, curanderos y brujos. Filas de San Pedro, atados de distintos tipos de yerbas, así como los otros elementos necesarios para una buena mesada. Una pena que no me haya atrevido a sacar la cámara y disparar, aunque sea al azar, unas cuantas tomas. Otra vez será.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Regreso a La Paz

Estoy a punto de volver a Lima de un cortísimo viaje a La Paz, Bolivia. Conozco esta ciudad de otros dos o tres viajes muy parecidos a este, rápidos y muy ocupados. Pero como siempre, a pesar de eso, hay lugar para que las sensaciones de un lugar que se sale de tus coordenadas habituales se te impregnen en la mente y el corazón.

Me han gustado positivamente varias cosas de la ciudad. En primer lugar, la amabilidad de los dependientes de las tiendas y en general las vendedoras, salvo una vendedora de panes que no entendió que yo recién necesitaré comprar panes mañana por la mañana corriendo antes de salir de viaje.

También me gustó la arquitectura, al menos la de la parte de la ciudad en la que estaba. Las calles estrechas no eran obstáculo para la presencia de árboles. Edificios modernos desafiando antiguas ideas. El pub Diesel, sobre la calle 20 de octubre, muy bien diseñado. Edificios antiguos se mezclan o se fusionan (literalmente) con otros nuevos. El mejor ejemplo que pudimos encontrar en nuestro deambular fue el local de la Universidad San Francisco de Asis, ubicado en la Plaza Avaroa.




Como se ve en la foto, el edificio de esta universidad se ha construído encima de una casona antigua. No sé mucho de la universidad pero por lo que aparece en su página web, parece ser una universidad bastante nueva. La metáfora del edificio es bastante poderosa: construir sobre bases históricas un nuevo modelo, al menos así lo entiendo yo. A continuación un detalle de la fachada del edificio. La pared está cortada, dejando aparecer detrás la nueva estructura. Ya que esta vez no llevé la cámara, le pedí a Nélida que las tomara para mí en su cámara, gracias amiga!

Hay varias cosas más que comentar de esta visita. La situación política difícil que se vive en el país, en el medio de un proceso de cambios significativos para las grandes mayorías. La evidencia ya no tan sorpresiva de nuestros límites culturales poco claros. Encontramos taaaaantas artesanías peruanas, pero también referencias a canciones que hemos crecido pensando que eran nuestras, entre peruanos, bolivianos, ecuatorianos, en fin. Pero eso quizás sea materia de una siguiente entrada. Por el momento, aquí me quedo, sino corro el riesgo de no levantarme mañana temprano para tomar el avión de regreso.

domingo, 28 de octubre de 2007

PhotoHunt: Pink


Advertencia: hay texto en castellano líneas abajo.

I've been thinking about having this place bilingual, and the opportunity comes reading Raymond's blog. Raymond is the first and only one commentator I have had so far, and today, visiting his blog I found he is participating in the PhotoHunt. I thought it was a good idea, and went to see mypicture files, because I needed to make a connection between my blog's topic: travels and the topic of the contest: theme pictures. So this one is a picture taken this June, in one of my trips to Brattleboro, VT, one of the places has become like home, because I am traveling there since 1999, when I was studying at the School for International Training.

It was the 6th Annual Strolling of the Heifers Parade & Festival. For those of you not familiar with New England towns like Brattleboro, this festival shows the town's spirit. Someone told me that the idea of this festival was to create a parallel to the world-known San Fermín's Fiesta in Pamplona, Spain and in a way it shows the different life style. It is evident that while showing the long tradition of farming in Vermont, in special cattle, you also appreciate the rural, quiet and friendly style of the area. Most of the town people wear clothes with a "cow" topic, but this woman performing udders was quite original!

Bueno, en castellano, aunque no en traducción literal.
El motivo para esta entrada es participar en el PhotoHunt, una idea que acabo de conocer abriendo el blog de Raymond, hasta ahora mi único comentarista। Para participar en esta iniciativa hay que colocar una foto en tu blog que corresponda al tema semanal previamente elegido y luego avisar a la iniciadora de la idea. En mi caso, y para no salirme de mi tema, me tocaba buscar una foto rosada y que fuera al mismo tiempo un buen motivo para hablar de uno de mis viajes.

No fue difícil encontrarla y por suerte tenía que ver con uno de los temas que tenía en lista para escribir: Brattleboro, Vermont, Estados Unidos. Conozco este pueblo desde febrero de 1999, cuando fui a estudiar a School for International Training, una escuela de postgrado pequeñita y amigable, en medio de las colinas। Al seguir visitándola a lo largo de los años, he podido conocer un lado de Estados Unidos que por lo general pasa desapercibido en los medios masivos: los pueblos rurales, tranquilos y casi enteramente "blancos" y en los cuales el estilo campesino va mezclado gratamente con un elevado nivel educativo.

La foto tiene que ver con un festival anual, llamado "Strolling of the Heifers", algo así como "Paseo de novillos". Un amigo me dijo algo así como: Si los de Pamplona pueden tener su San Fermín, por qué nosotros no este festival". Y de hecho, sería difícil imaginarse un San Fermín en Brattleboro. No conozco Pamplona, pero mi poco tiempo en España me hizo percibir un alto grado de intensidad en su gente, difícil de explicar. Brattleboro, por el contrario, parece tranquilo, pacífico, amigable, tanto que probablemente muchos de mis amigos limeños se aburrirían muy rápidamente viviendo ahí. El festival es un homenaje a la tradición de familias granjeras, específicamente ganaderas de la localidad y por ese motivo, la gente suele vestirse con motivos vinculados al tema. Esta mujer, disfrazada de ubre, me dió el exacto tono rosado que necesito para el concurso.

jueves, 25 de octubre de 2007

Visa por diez horas

Era el primer viaje internacional en el que pasaba por los Estados Unidos. De hecho, era sólo mi segundo viaje internacional, y el primero después de diez largos años. En esa época todavía era posible optar por quedarse en la zona de tránsito y evitar el trámite de sacar una visa de turismo. Pero por supuesto, yo no quería pasar mis primeras diez horas en los yunaites sentada en una banca del aeropuerto. Así que, con la seguridad que me daba mi ineludible interés de dejar ese suelo luego del período de tránsito entre un avión y otro, fui a sacar una visa de turista y la conseguí para los próximos diez años que están ahora por concluir.

Por supuesto, mi vida estuvo tan agitada los días previos al viaje y yo era tan poco experimentada en los avatares de los viajes internacionales que no hice ninguna averiguación previa que me diera información para desenvolverme en esas diez horas. Quizás por eso no tuve ninguna angustia y todo me salió a pedir de boca.

No sé por qué asocié Los Ángeles con UCLA. No me interesaban para nada los tours en Hollywood. Quería saber cómo era una ciudad universitaria en Estados Unidos y esa era la única universidad en Los Ángeles de la que había oído decir algo. Así que resolví guardar todo lo que no necesitaba de mi equipaje de mano en un locker del aeropuerto, salir con mi bolso de mano casi vacío, preguntar las direcciones en la ventanilla de información, coger un mapa y tomarme un bus para UCLA. Acostumbrada a los campus universitarios limeños, quedé de una pieza al descubrir lo inmensas que suelen ser las universidades por esos lares. Son, en realidad, ciudades universitarias como su nombre lo indica.


Asombrada y entusiasmada, di vueltas por el campus, visité la librería y compré varios libros que hasta ahora me acompañan, leí ávidamente las pizarras llenas de todo tipo de información. Teniendo reciente la experiencia del Diploma de Estudios de Género en la PUC, fui entusiasmada en búsqueda de el centro para estudiantes mujeres (hoy, con el paso del tiempo, centro para mujeres y varones) en el que encontré una variedad de servicios e información que raramente se podría esperar aún ahora en ninguna de las universidades peruanas, a despecho de que los cursos sobre género no sean ya tan extraños. Entre tanta información, encontré que en la tarde se iba a realizar una conferencia de Joan Scott sobre Género en la Educación Superior (su texto "El género, una categoría útil para el análisis histórico" había sido LA lectura básica en el diploma), y por supuesto, yo no podía perderme de verla en vivo y en directo, aun cuando dudaba que entendiera algo de lo que iba a decir. No sólo entendí sino que me atreví a hacer preguntas.

Al final, mientras salía, entablé conversación con una profesora de música de UCLA que también había atendido la conferencia. Me preguntó qué hacía por ahí y mientras yo le contaba entusiasmada cómo había pasado el día y el viaje al otro lado del mundo que me esperaba, me invitó a comer a un restaurante de comida coreana y luego me llevó al aeropuerto.

Fueron unas diez intensas horas que me dejaron marcada para viajar y atreverme a experimentar lo más posible. Y estos últimos diez años han sido una permanente confirmación de lo acertado de esa experiencia.

jueves, 27 de septiembre de 2007

Las playas en Bangladesh

No es mi último viaje, porque me está tomando más de lo necesario en procesarse en mi mente. Este es más bien, un viaje de hace casi 10 años, uno de los más interesantes que he hecho hasta ahora.

Luego de casi dos meses en Bangladesh, como asistente a un curso internacional, creí que mis reservas de sorpresa se habían agotado. Me había acostumbrado a que mis compañeros de clase comieran con la mano derecha y sin cubiertos, a que en las recepciones no hubiera alcohol, a que en las fiestas no se bailara como sucede en nuestras tierras. Me había acostumbrado, eso creía, a estar al otro lado del mundo.

Como parte del curso, teníamos programado un viaje al lugar turístico por excelencia de Bangladesh, el balneario de Cox’s Bazaar, famoso por tener una de las playas más largas del mundo (al menos eso es lo que decían mis amigos de allá). Tenía muchas expectativas sobre este paseo, pues el verano era bastante fuerte y no había tenido la oportunidad de ir a la playa hasta ese fin de semana.

Quizás si hubiera puesto mayor atención a ciertos detalles, este episodio no hubiera sucedido. Ahora recuerdo que cuando hacíamos los planes, Helal, uno de mis compañeros de calse, sugirió que, como estaríamos llegando cerca al mediodía, nos hospedemos en el hotel, almorcemos, hagamos algunas compras, y vayamos a la playa recién al atardecer, para disfrutar del ocaso. Con mi habitual terquedad, logré convencerlos de adelantar el horario.

También recuerdo que cuando finalmente estábamos en camino a la playa, me percaté de que, si bien algunos de mis compañeros habían aligerado sus ropas, había otros con camisa, pantalones, medias y zapatos. Las mujeres también estaban con su ropa cotidiana. Interpreté rápidamente que, poco habituados a ir a la playa, no tenían los implementos y accesorios con los que los limeños acompañamos nuestras incursiones al mar, pero que seguramente todos tenían puesta su ropa de baño.

Cuando divisé la playa quedé extasiada. La arena dorada, vacía de bañistas, se extendía hasta donde podía mirar. Las olas amigables me llamaban con un susurro, los rayos del sol me empujaban al agua. Tan rápido como pude, me quité el polo y la falda que tenía puestos sobre la ropa de baño, los puse en mi bolsa, se los di a un amigo y entré directamente al agua, sin mirar atrás. Cuando atiné a voltear la vista, después de un par de zambullidas, me di cuenta que, sin saber de donde, cerca de cincuenta ansiosos hombres venían hacia mí. Por fortuna, mis amigos se habían dado cuenta y se adelantaron, creando una pared entre mi ocasional público y yo. Sin saber como, tenía de nuevo toda la ropa puesta y salí del agua escoltada.

Nunca creí que una menuda limeña, de medidas cautelosas y mediana edad, pudiera causar tanta sensación! Ahí me expliqué porque no hay turistas extranjeros en las playas de Bangladesh.

sábado, 15 de septiembre de 2007

Rosa viajera

Acabo de regresar de mi último viaje. Y, como siempre me pasa, estoy llena de las nuevas sensaciones, sonidos, colores y olores que he experimentado. Hace ya tiempo quería empezar este blog. Tenía el nombre elegido hace más de un mes, y no había cuando. Hace un rato me dije, ahora es cuando... sin borradores, sin presiones, simplemente deja que fluya.

¿Por qué hacer un blog sobre mis viajes? Más precisamente ¿por qué hacer un blog sobre mí como viajera? Creo que por sobre todas las cosas porque cuando viajo descubro una parte de mí misma que me gusta, porque cuando viajo las cosas en general parecen más simples, porque absorbo el día a día de una manera más intensa, pues sé, a ciencia cierta que es una experiencia irrepetible. Algo tan simple como caminar por una calle se convierte entonces en toda una aventura en la que trato de captar la arquitectura de las casas, las huellas del tiempo en las mismas, los colores que la luz solar de ese instante te permiten observar, las caras de la gente, su porte al andar, en fín...


Hace unos meses, en el transcurso de una sesión sobre pasantías propiciadas por un proyecto en el cual trabajo, me dí de frente con el testimonio de una pasante que viajó como parte del proyecto de una provincia de Lima a la ciudad de Ayacucho para una visita de una semana. Ella contaba que esta era la primera vez en su vida (y tiene más de 50 años) que había viajado sóla a un lugar desconocido para encontrarse con personas que tampoco conocía y que antes del viaje, la novedad de esa futura experiencia la asustaba, pero que al final se había sentido más dueña de sí misma al haberse dado cuenta que podía hacerlo y que su voz y sus experiencias de trabajo podían ser valoradas en otros lugares. Quedé sorprendida sobre cómo yo no había previsto un enriquecimiento de ese tipo como producto de las famosas pasantías.

Me dí cuenta también de lo afortunada que fuí al poder viajar sóla a un lugar que no conocía y a encontrarme con gente igualmente desconocida a los 23 años. Y lo afortunada que soy de seguir viajando. Quizás en algún momento me anime a escribir en este blog sobre ese primer viaje, que guardo en mi memoria vivamente, pero en la siguiente entrada vendrá el último de ellos, el que me lanzó finalmente a iniciar mi nuevo viaje en la blogósfera.