No es mi último viaje, porque me está tomando más de lo necesario en procesarse en mi mente. Este es más bien, un viaje de hace casi 10 años, uno de los más interesantes que he hecho hasta ahora.
Luego de casi dos meses en Bangladesh, como asistente a un curso internacional, creí que mis reservas de sorpresa se habían agotado. Me había acostumbrado a que mis compañeros de clase comieran con la mano derecha y sin cubiertos, a que en las recepciones no hubiera alcohol, a que en las fiestas no se bailara como sucede en nuestras tierras. Me había acostumbrado, eso creía, a estar al otro lado del mundo.
Como parte del curso, teníamos programado un viaje al lugar turístico por excelencia de Bangladesh, el balneario de Cox’s Bazaar, famoso por tener una de las playas más largas del mundo (al menos eso es lo que decían mis amigos de allá). Tenía muchas expectativas sobre este paseo, pues el verano era bastante fuerte y no había tenido la oportunidad de ir a la playa hasta ese fin de semana.
Quizás si hubiera puesto mayor atención a ciertos detalles, este episodio no hubiera sucedido. Ahora recuerdo que cuando hacíamos los planes, Helal, uno de mis compañeros de calse, sugirió que, como estaríamos llegando cerca al mediodía, nos hospedemos en el hotel, almorcemos, hagamos algunas compras, y vayamos a la playa recién al atardecer, para disfrutar del ocaso. Con mi habitual terquedad, logré convencerlos de adelantar el horario.
También recuerdo que cuando finalmente estábamos en camino a la playa, me percaté de que, si bien algunos de mis compañeros habían aligerado sus ropas, había otros con camisa, pantalones, medias y zapatos. Las mujeres también estaban con su ropa cotidiana. Interpreté rápidamente que, poco habituados a ir a la playa, no tenían los implementos y accesorios con los que los limeños acompañamos nuestras incursiones al mar, pero que seguramente todos tenían puesta su ropa de baño.
Cuando divisé la playa quedé extasiada. La arena dorada, vacía de bañistas, se extendía hasta donde podía mirar. Las olas amigables me llamaban con un susurro, los rayos del sol me empujaban al agua. Tan rápido como pude, me quité el polo y la falda que tenía puestos sobre la ropa de baño, los puse en mi bolsa, se los di a un amigo y entré directamente al agua, sin mirar atrás. Cuando atiné a voltear la vista, después de un par de zambullidas, me di cuenta que, sin saber de donde, cerca de cincuenta ansiosos hombres venían hacia mí. Por fortuna, mis amigos se habían dado cuenta y se adelantaron, creando una pared entre mi ocasional público y yo. Sin saber como, tenía de nuevo toda la ropa puesta y salí del agua escoltada.
Nunca creí que una menuda limeña, de medidas cautelosas y mediana edad, pudiera causar tanta sensación! Ahí me expliqué porque no hay turistas extranjeros en las playas de Bangladesh.
jueves, 27 de septiembre de 2007
sábado, 15 de septiembre de 2007
Rosa viajera
Acabo de regresar de mi último viaje. Y, como siempre me pasa, estoy llena de las nuevas sensaciones, sonidos, colores y olores que he experimentado. Hace ya tiempo quería empezar este blog. Tenía el nombre elegido hace más de un mes, y no había cuando. Hace un rato me dije, ahora es cuando... sin borradores, sin presiones, simplemente deja que fluya.
¿Por qué hacer un blog sobre mis viajes? Más precisamente ¿por qué hacer un blog sobre mí como viajera? Creo que por sobre todas las cosas porque cuando viajo descubro una parte de mí misma que me gusta, porque cuando viajo las cosas en general parecen más simples, porque absorbo el día a día de una manera más intensa, pues sé, a ciencia cierta que es una experiencia irrepetible. Algo tan simple como caminar por una calle se convierte entonces en toda una aventura en la que trato de captar la arquitectura de las casas, las huellas del tiempo en las mismas, los colores que la luz solar de ese instante te permiten observar, las caras de la gente, su porte al andar, en fín...
Hace unos meses, en el transcurso de una sesión sobre pasantías propiciadas por un proyecto en el cual trabajo, me dí de frente con el testimonio de una pasante que viajó como parte del proyecto de una provincia de Lima a la ciudad de Ayacucho para una visita de una semana. Ella contaba que esta era la primera vez en su vida (y tiene más de 50 años) que había viajado sóla a un lugar desconocido para encontrarse con personas que tampoco conocía y que antes del viaje, la novedad de esa futura experiencia la asustaba, pero que al final se había sentido más dueña de sí misma al haberse dado cuenta que podía hacerlo y que su voz y sus experiencias de trabajo podían ser valoradas en otros lugares. Quedé sorprendida sobre cómo yo no había previsto un enriquecimiento de ese tipo como producto de las famosas pasantías.
Me dí cuenta también de lo afortunada que fuí al poder viajar sóla a un lugar que no conocía y a encontrarme con gente igualmente desconocida a los 23 años. Y lo afortunada que soy de seguir viajando. Quizás en algún momento me anime a escribir en este blog sobre ese primer viaje, que guardo en mi memoria vivamente, pero en la siguiente entrada vendrá el último de ellos, el que me lanzó finalmente a iniciar mi nuevo viaje en la blogósfera.
¿Por qué hacer un blog sobre mis viajes? Más precisamente ¿por qué hacer un blog sobre mí como viajera? Creo que por sobre todas las cosas porque cuando viajo descubro una parte de mí misma que me gusta, porque cuando viajo las cosas en general parecen más simples, porque absorbo el día a día de una manera más intensa, pues sé, a ciencia cierta que es una experiencia irrepetible. Algo tan simple como caminar por una calle se convierte entonces en toda una aventura en la que trato de captar la arquitectura de las casas, las huellas del tiempo en las mismas, los colores que la luz solar de ese instante te permiten observar, las caras de la gente, su porte al andar, en fín...
Hace unos meses, en el transcurso de una sesión sobre pasantías propiciadas por un proyecto en el cual trabajo, me dí de frente con el testimonio de una pasante que viajó como parte del proyecto de una provincia de Lima a la ciudad de Ayacucho para una visita de una semana. Ella contaba que esta era la primera vez en su vida (y tiene más de 50 años) que había viajado sóla a un lugar desconocido para encontrarse con personas que tampoco conocía y que antes del viaje, la novedad de esa futura experiencia la asustaba, pero que al final se había sentido más dueña de sí misma al haberse dado cuenta que podía hacerlo y que su voz y sus experiencias de trabajo podían ser valoradas en otros lugares. Quedé sorprendida sobre cómo yo no había previsto un enriquecimiento de ese tipo como producto de las famosas pasantías.
Me dí cuenta también de lo afortunada que fuí al poder viajar sóla a un lugar que no conocía y a encontrarme con gente igualmente desconocida a los 23 años. Y lo afortunada que soy de seguir viajando. Quizás en algún momento me anime a escribir en este blog sobre ese primer viaje, que guardo en mi memoria vivamente, pero en la siguiente entrada vendrá el último de ellos, el que me lanzó finalmente a iniciar mi nuevo viaje en la blogósfera.
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