jueves, 27 de septiembre de 2007

Las playas en Bangladesh

No es mi último viaje, porque me está tomando más de lo necesario en procesarse en mi mente. Este es más bien, un viaje de hace casi 10 años, uno de los más interesantes que he hecho hasta ahora.

Luego de casi dos meses en Bangladesh, como asistente a un curso internacional, creí que mis reservas de sorpresa se habían agotado. Me había acostumbrado a que mis compañeros de clase comieran con la mano derecha y sin cubiertos, a que en las recepciones no hubiera alcohol, a que en las fiestas no se bailara como sucede en nuestras tierras. Me había acostumbrado, eso creía, a estar al otro lado del mundo.

Como parte del curso, teníamos programado un viaje al lugar turístico por excelencia de Bangladesh, el balneario de Cox’s Bazaar, famoso por tener una de las playas más largas del mundo (al menos eso es lo que decían mis amigos de allá). Tenía muchas expectativas sobre este paseo, pues el verano era bastante fuerte y no había tenido la oportunidad de ir a la playa hasta ese fin de semana.

Quizás si hubiera puesto mayor atención a ciertos detalles, este episodio no hubiera sucedido. Ahora recuerdo que cuando hacíamos los planes, Helal, uno de mis compañeros de calse, sugirió que, como estaríamos llegando cerca al mediodía, nos hospedemos en el hotel, almorcemos, hagamos algunas compras, y vayamos a la playa recién al atardecer, para disfrutar del ocaso. Con mi habitual terquedad, logré convencerlos de adelantar el horario.

También recuerdo que cuando finalmente estábamos en camino a la playa, me percaté de que, si bien algunos de mis compañeros habían aligerado sus ropas, había otros con camisa, pantalones, medias y zapatos. Las mujeres también estaban con su ropa cotidiana. Interpreté rápidamente que, poco habituados a ir a la playa, no tenían los implementos y accesorios con los que los limeños acompañamos nuestras incursiones al mar, pero que seguramente todos tenían puesta su ropa de baño.

Cuando divisé la playa quedé extasiada. La arena dorada, vacía de bañistas, se extendía hasta donde podía mirar. Las olas amigables me llamaban con un susurro, los rayos del sol me empujaban al agua. Tan rápido como pude, me quité el polo y la falda que tenía puestos sobre la ropa de baño, los puse en mi bolsa, se los di a un amigo y entré directamente al agua, sin mirar atrás. Cuando atiné a voltear la vista, después de un par de zambullidas, me di cuenta que, sin saber de donde, cerca de cincuenta ansiosos hombres venían hacia mí. Por fortuna, mis amigos se habían dado cuenta y se adelantaron, creando una pared entre mi ocasional público y yo. Sin saber como, tenía de nuevo toda la ropa puesta y salí del agua escoltada.

Nunca creí que una menuda limeña, de medidas cautelosas y mediana edad, pudiera causar tanta sensación! Ahí me expliqué porque no hay turistas extranjeros en las playas de Bangladesh.

1 comentario:

Kira Kariakin dijo...

Hola... nos pasó lo mismo a un grupo de amigos y a mi lo que a ti en la playa... La gente se mete al agua pero completamente vestida y el hotel nos puso un vigilante al grupo para espantar el publico que venía a vernos en traje de baño, si no hubiéramos estado en grupo hubiera sido intimidante... la playa me decepcionó un tanto... pero en fin... No estaré en Bangladesh para noviembre, posiblemente ya me habré ido de regreso a Venezuela. Pero si pasas por allí nos podemos conocer :)... Te envidio lo de tu viaje por todo el mundo... Yo viajo por trabajo y escurro las experiencias en medio de la rutina hotel-oficina... Botswana me encanta... quizás porque el paisaje me recuerda a Venezuela.